LA CANCION RANCHERA Y EL CINE.
Amigos, los saludos y buenos deseos de parte de un servidor desde el Altiplano Potosino, continuamos con estas sencillas colaboraciones sobre la música regional mexicana, las lluvias no nos han dejado hacer charrería, pero el tiempo no se detiene y hay que sacar los compromisos de las publicaciones semanales en las diferentes páginas con algún tema, y creo que el conocer nuestra música es algo también muy ilustrativo, por lo que espero que este granito de arena les sea de utilidad:
El estilo ranchero bravío fue el resultado de una conjunción de elementos. La nueva forma de ejecución daba una nueva impostación a la voz o prescindía por completo de ella, utilizando directamente la garganta, aunque esto significara en ocasiones una enunciación rasposa y poco musical (por tanto más bravía). Otro elemento determinante, fue la incidencia de las actitudes cinematográficas en la aparición de los nuevos temas de la canción ranchera. La canción bravía escrita en tono mayor, era agresiva y reivindicativa. Si el tema era amoroso, adoptaba un tono exigente y fanfarrón. Estamos aún lejos del lloriqueo hiposo de años posteriores. El descubrimiento del charro cantor en la película “Allá en el rancho grande” presentaba a Tito Guízar como un “charro rosa” y fue la mejor afirmación exitosa del nuevo estilo “Guadalajara” (1937) de Pepe Guízar puede considerarse ya como un modelo del género.
El afianzamiento definitivo de la canción ranchera ocurrió en los años cuarenta. El nuevo binomio Esperón-Cortázar inició la producción en serie con las canciones de ¡Ay Jalisco no te rajes! La película cumbre de Jorge Negrete. Sin detenerse a hacer las obvias consideraciones sociológicas acerca del macho de la cine-opereta mexicana, habría que señalar que las producciones de Esperón-Cortázar tenían una factura fuera de lo común. Francamente emparentadas con el tradicional son jalisciense, pero con mucha mayor sofisticación, hacían gala de una invención y una frescura que mantenía en los oídos del oyente el nexo cada vez más lejano con la provincia campirana.
Durante los años comprendidos entre 1940 y 1949 dominaron el panorama los intérpretes ya clásicos del género ranchero: Jorge Negrete, Lucha Reyes, el Trío Tariácuri con Juan Mendoza a la cabeza, Tito y Pepe Guízar, el Trío Calaveras y Matilde Sánchez. La producción de canciones rancheras se concentró en firmas ya conocidas y nuevos epígonos del género: Manuel Esperón, Ernesto Cortázar, Lorenzo Barcelata, Chucho Monge, Pepe Albarrán. Gilberto Parra, Víctor Cordero y Felipe Valdés Leal.
“La Tequilera”, el gran éxito de Alfredo D’Orsay en la voz de Lucha Reyes, inauguró y difundió los nuevos temas e inspiraciones de la canción ranchera: el alcohol, el corrido de nota roja, el abandonado, el desdén y el elogio de provincia al lado del machismo y la afirmación nacionalista o localista. En 1942, Víctor Cordero publicó “Juan Charrasqueado” y en 1945 aparecieron “Así semos en Jalisco” de Pepe Albarrán, “Tequila con limón” de Esperón-Cortázar y “México Lindo” de Chucho Monge.
LOS AÑOS CUARENTA.
A partir de los años cuarenta, puede considerarse al conjunto mariachi como definitivamente incorporado a la canción ranchera. Esto coincide con la total definición del estilo tanto de composición como de ejecución. Desde ese momento la canción ranchera se acompañó con un conjunto mariachi de trompeta si se trataba del estilo bravío. Por el contrario si se trataba del estilo sentimental o de queja, se acompañaba de cuerdas y guitarras.
Otra influencia determinante en la década de los cuarenta fue la incorporación de la canción regional autóctona o modificada según las necesidades del repertorio comercial de las disqueras y la radio. Los especialistas en sones jarochos o huapangos como Elpidio Ramírez, Pedro Galindo, los Hermanos Huesca, Nicandro Castillo y los Cuates Castilla fueron factores determinantes en la urbanización definitiva de los estilos regionales.
Dentro del contexto de un país que estaba en proceso de modernización y una metrópoli que iniciaba un monstruoso crecimiento demográfico, la difusión y la creación de canciones regionales, así fuesen urbanas, cumplían con una doble función: psicológicamente otorgaba a los millones de provincianos recién avecindados en el Distrito Federal una posibilidad de identificación con estilos de canciones regionales. Comercialmente, esta añoranza campirana bien explotada proporcionaba a los productores de películas la certeza de un taquillazo millonario si se empleaban las fórmulas y dosis exactas de canciones de influencia regional.
Amigos, por hoy es todo, nuestra siguiente colaboración será sobre “NUEVOS INTERPRETES” y “ESTILOS Y NUEVOS CREADORES”, temas que me han parecido muy interesantes y que los locutores charros – gremio al que me honro en pertenecer- debemos conocer para compartirlo con el público que asiste a los eventos, porque la música y las charreadas son indisolubles, hasta entonces y que el Supremo Caporal los llene de bendiciones.
TEXTO: PROFR. JOSE DEL CARMEN MORALES LEIJA. “EL NEGRO SANTO”. MATEHUALA, S.L.P.