LAS CANTANTES BRAVIAS.
La aparición de Lucha Reyes marcó el surgimiento del estilo de interpretación femenina de la canción ranchera. En 1927, después de una gira en Europa con la típica del maestro Torreblanca, la cantante quedó afónica durante más de un año, al recuperar la voz pudo entonar la naciente canción ranchera-citadina. La personalidad y la neurosis hicieron el resto. Prodigaba su voz hasta desgarrarla, gemía, lloraba, reía e imprecaba. Nunca antes se habían escuchado interpretaciones de ese estilo. Sobreponiéndose a las críticas que no aceptaban su falta de refinamiento, pronto Lucha Reyes simbolizaba y personificaba a la mujer bravía y temperamental a la mexicana. La atormentada artista, capaz de manifestar con toda franqueza que al cantar la canción “Rayando el sol” sentía “ganas de echarse un trago porque un nudo se le formaba en la garganta” estaba destinada a personificar el personaje mítico femenino encargado de dar voz a la canción del género ranchero. El estreno de “Guadalajara” de Pepe Guizar y “La feria de las flores” de Chucho Monge marcaron la culminación de una popularidad cortada súbitamente con su suicidio en 1944.
El estilo de interpretación se había fijado definitivamente. Las cancioneras que siguieron a Lucha Reyes tuvieron que adaptarse a ese estilo; sólo les restaba el recurso de un mayor o menor énfasis interpretativo, o de una tesitura más o menos grave. En mayor o menor medida, tuvieron que creen en el personaje y presentarse como auténticas sucesoras de su personalísima modalidad de ejecución. Matilde Sánchez “La Torcacita”, Dora María, Enriqueta Jiménez “La Prieta Linda”, María de los Ángeles Loya “La Consentida”, Lola Beltrán y Guillermina Jiménez Chabolla mejor conocida como Flor Silvestre son muy importantes representantes de esa floración de cantantes agresivas que cantan. Había quedado atrás la dulce e ingenua rancherita encargada de confeccionar los “calzones de cuero del ranchero”. Ahora, “la flor más bella del ejido” gritaría, se emborracharía y experimentaría terribles pasiones y abandonos dignos de una verdadera citadina.
Matilde Sánchez, “La Torcacita”, constituye el ejemplo ideal. Su publicidad aclara que inició su carrera aceptando la “enorme responsabilidad de sustituir a la indispuesta Lucha Reyes como la primera figura de la compañía de Paco Miller, el resto fue fácil porque “La Torcacita”, señores nació en mero Tequila, Jalisco, y por eso la canción ranchera ya la trae en las venas, y por eso el canto bravío encuentra en ella a uno de sus exponentes más genuinos y notables”.
El auge de las canciones de ranchero está en relación directa con la captación del “estilo interpretativo” que venía esbozándose y evolucionando desde años anteriores. Las cantantes bravías simplemente enfatizaron los rasgos más salientes de ese estilo, hasta lograr en ocasiones una verdadera caricatura del género.
PANORAMA DE LOS AÑOS CINCUENTA.
La década de los años cincuenta significó para la canción mexicana una ruptura con las tradiciones anteriores. Nuevos estilos, modas arrolladoras y nuevos géneros, hicieron su aparición. El debut en México de Los Panchos en 1948 inició un auge del género romántico y canalizó la atención de miles de oyentes hacia sus producciones melódicas. A mediados de los años cincuenta. Múltiples melodías cortadas a la medida del nuevo trío sentimental hicieron su aparición. Voces melifluas, suaves maracas, requintos, “Rayitos de luna” y rosadas nubes para “Un solo corazón” apenas ensombrecidas por alguno que otro “Limosnero de amor” o algún “Ladrón de besos”, arrullaron adormecedoramente al público de los clubes nocturnos. No hubo voz entrenada ni guitarrista más o menos hábil que no formase parte de algún trío. Los compositores no se daban abasto para surtir las canciones al estilo que el público demandaba. Por otra parte, la aparición del mambo en 1948 con Pérez Prado provocó una nueva ola danzante de ritmos afros e instrumentaciones metálicas.
Tantas novedades y su fuerza de difusión, podrían haber relegado a segundo término a las canciones del género ranchero. Pero no fue así, la década de los cincuenta fue una época de sumo interés para la canción ranchera. A pesar de la exitosa aparición de novedosos géneros, el estilo ranchero siguió conservando su popularidad, lo que determinó una gran demanda de obras nuevas. Hubo compositores que escribieron para todos los géneros de moda, aunque por vocación su estilo se prestase más a las efusiones del estilo romántico. Tomás Méndez, quien se iniciara como maestro de ceremonias del trío “Los diamantes”, es el típico ejemplo de adaptación exitosa al estilo ranchero. Durante los años cincuenta escribió varias canciones que ahora se consideran clásicas como: “Gorrioncillo pecho amarillo” (1954), “Que me toquen las golondrinas” y “Cucurrucucú paloma” (1954).
El equivalente del compositor profesional que se movilizaba a la vez en todos los campos de la música popular, existió en intérpretes tan populares como Pedro Infante, capaces de expresarse con flexibilidad en canciones románticas, boleros, norteñas y las más clásicas norteñas.
En aquellos años, grupos famosos, como “Los Cancioneros del Sur”, coexistieron al lado de “Los Tres Diamantes” y orquestas al estilo norteamericano como la de Luis Arcarás. El elenco de triunfadores del Disco de Oro es una muestra más del eclecticismo reinante en aquellas fechas. Durante la temporada 1950-1951, el mejor cancionero resultó Pedro Infante, al lado de otros premiados como María Victoria, Dámaso Pérez Prado, Las Hermanas Hernández y el conjunto de Los Hermanos Reyes.
La canción ranchera parecía haber alcanzado un punto de estabilidad, un equilibrio inamovible gracias a la creación constante de los autores ya clásicos del género: Valdés Leal, Víctor Cordero, Chucho Monge y los dos Rubenes (Méndez y Fuentes), más los infaltables Esperón y Cortázar.
Amigos, hasta aquí esta sencilla colaboración, en la próxima hablaremos de “EL ESTILO DE JOSE ALFREDO”, dedicada al grande de Dolores Hidalgo, Gto., José Alfredo Jiménez, hasta entonces, por lo pronto mis deseos son que el Supremo Caporal los llene de bendiciones.
TEXTO: PROFR. JOSE DEL CARMEN MORALES LEIJA. “EL NEGRO SANTO”. MATEHUALA, S.L.P.
FOTOGRAFIAS: DIVERSAS FUENTES.