MATEHUALA | José del Carmen Morales Leija
Amigos, buenos días, los saludos y buenos deseos desde el Altiplano Potosino, ésta es nuestra primera publicación del 2016, esperamos de la bondad del Supremo Caporal, seguir haciéndolo durante mucho tiempo más, hoy hablaremos sobre lo que se consideró en un principio un eslabón directo entre las razas primitivas y las modernas, el Caballo de Przewalski, con todo gusto para ustedes:
“… En la actualidad sólo hay una especie de caballo verdaderamente salvaje, Equus Ferus Przewalski asiático o mongol, también conocido como caballo de Przewalski. Hasta 1879 este pequeño equino era considerado desconocido fuera de su territorio nativo. El coronel Nikolái Przewalski, naturalista y agrimensor ruso, tuvo noticia de que aún había caballos salvajes en los límites del desierto de Gobi y partió en su busca. Se creía que se habían extinguido a causa de la caza del pueblo nómada kirguís, que aprovechaba su carne y su piel, por lo que el descubrimiento de pequeñas mandas aisladas sorprendió.
Pero los primeros intentos de salvar el caballo de Przewalski empeoraron la situación. Muchos ejemplares murieron al tratar de capturarlos o ya en cautividad debido a una mala gestión.
En 1969 no quedaba ningún caballo de Przewalski en estado salvaje en Mongolia y, aunque había manadas en cautividad bien establecidas en Europa y Estados Unidos, experimentaban problemas de endogamia que ponían en riesgo a toda la especie. Sin embargo, ahora la situación ha mejorado gracias a unos programas de cría en cautividad gestionados con esmero.
De forma lenta y cuidadosa, tras un largo periodo de aclimatación a una vida independiente de los humanos, han regresado a su hábitat natural.
En 1998 se reintrodujeron en las estepas rusas y hoy gozan de una vida próspera en el Parque Nacional de Hustai. Allí están protegidos de los cazadores humanos, pero deben sobrevivir a sus depredadores naturales, como los lobos. La supervivencia de los últimos caballos verdaderamente salvajes del planeta depende de su fortaleza heredada. Moran en un paisaje montañoso donde también hay vastos altiplanos de praderas agrestes, lagos salados, ciénagas, dunas de arena, bosques y glaciares. Un terreno riguroso marcados por inundaciones y sequías, con un calor y frío extremos, ha moldeado a estos caballos dorados a lo largo de miles de años, y seguirá haciéndolo ahora que han regresado a casa.
En un principio, el caballo de Przewalski se consideró un eslabón directo entre las razas primitivas y las modernas. En cambio, ahora se cree que se trata de una especie distinta, pues tiene 66 cromosomas, a diferencia de los 64 del caballo doméstico. Al igual que las cebras, son muy difíciles de domar y pueden ser muy agresivos, incluso criados en cautividad.
Son unos animales pequeños y fuertes, muy parecidos a los caballos cazados representados en las pinturas rupestres primitivas. Mide de 122 a 142 cm en la edad adulta, tienen las orejas largas, crines cortas y erizadas, y una cola rala. Una de sus características más notables es la franja dorsal negra que le recorre toda la columna desde la crin hasta la cola, así como el color dorado de su pelaje, cuyo tono varía según la estación.
El aspecto físico y el complejo comportamiento del caballo de Przewalski nos recuerdan que los caballos modernos que conocemos hoy en día están influidos por largos años de domesticación, pero aún conservan una herencia salvaje y un instinto gregario natural.
Las manadas salvajes viven en grupos, conocidos como harenes, formados por un semental líder con sus yeguas y las crías mientras no están listas para reproducirse. Cuando las potras y los potros alcanzan la madurez sexual, son expulsados del grupo y deben aprender a valerse por sí mismos.
Pueden unirse a grupos de «solteros», es decir, caballos jóvenes de ambos sexos que terminarán separándose en nuevas manadas. O tal vez se les permita unirse a otros harenes. En tal caso, los potros vivirán al margen de la manada, a una distancia segura del líder, aunque, con el paso del tiempo, los que tengan un carácter fuerte pueden empezar a desafiarlo.
Las distintas manadas de estos caballos a veces coinciden en los abrevaderos, o se cruzan al desplazarse entre pastos, pero la interacción entre ellas suele ser pacífica y cauta, a no ser que un semental intente robar alguna yegua de otro grupo. Entonces los sementales se enfrentarán en una violenta pelea, incluso hasta la muerte.
Cuando los lobos amenazan a una manada, las yeguas forman un círculo protector alrededor de las crías. El semental vigila el perímetro y ataca cualquier lobo que se acerque demasiado. Las yeguas sin crías no solo ayudan a proteger la manada, sino que también se unen al semental en el ataque.
Este magnífico ejemplo de la fuerza de la manada ilustra la capacidad de los caballos para actuar juntos para proteger al grupo…”
Hasta la próxima queridos lectores, como siempre mis deseos que el Supremo Caporal los llene de bendiciones.